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jueves, 24 de febrero de 2011

A propósito de la consulta. ¿Cuál democracia directa?, por Luis Fernando Ávila Linzán‏

Escrito por Luis Fernando Ávila Linzán
Febrero 2011 - Ecuador
Luis Fernando Ávila Linzán
“Aquella consistía en ejercer de forma colectiva pero directa, distintos aspectos del conjunto de la soberanía, en deliberar, en la plaza pública, sobre la guerra y la paz, en concluir alianzas con los extranjeros, en votar las leyes, en pronunciar sentencias, en examinar las cuentas, los actos, la gestión de los magistrados, en hacerles comparecer ante todo el pueblo, acusarles, condenarles o absolverles; pero a la vez que los antiguos llamaban libertad a todo esto, admitían como compatible con esta libertad colectiva la completa sumisión del individuo a la autoridad del conjunto. No se encuentra en ellos casi ninguno de los beneficios que, como constitutivos de la libertad de los modernos, acabamos de ver.” (Benjamin Constant)
En 1819, Benjamin Constant, pensador francés y liberal, pronunciaba un discurso en el ateneo de París sobre la “libertad de los antiguos comparada con la libertad de los modernos”. De esta conferencia quiero destacar dos elementos importantes que defendía Constant, quien quería delimitar el ímpetu ciego que ardorosos “demócratas” en Francia mostraban respecto de la simpatía de la democracia griega como modelo político. El primer elemento hacía referencia a que la democracia directa de Grecia escondía en la legitimidad de la voluntad de la mayoría, una sociedad estamental y, además, esclavista. Lo segundo es que era necesario tener un mecanismo de representación para garantizar el respeto del individuo y la responsabilidad política de las/os políticas/os.

Ciertamente, la palabra “democracia” estuvo proscrita por el pensamiento dominante desde Aristóteles quien la consideraba como una de las desviaciones más aberrantes de la formas de gobierno. Opinaba este filósofo que el mejor gobierno era la aristocracia, en realidad, “el gobierno de los sabios”. Sólo con el advenimiento del renacimiento y su posterior lectura iluminista, el término tuvo una segunda oportunidad. En este contexto, Constant rescató el ideal democrático para la modernidad, pero criticó, al mismo tiempo, la democracia directa como sinónimo de democracia griega y de colectivismo autoritario.
Esa democracia griega tenía dos versiones. La atenea que reunía a quienes eran considerados ciudadanos (hombres, ricos, griegos y creyentes del culto oficial). Se decidía los temas importantes de la polis, presentados por un consejo de notables, a través de señales emotivas, tales como levantar la mano y afirmar de viva voz. En contraste, la otra versión era la espartana. Allí se conformaba de manera parecida a la asamblea atenea, pero la decisión se tomaba por el voto de aplausos y vivas a las propuestas (o el sonar de cascos y escudos de los soldados) que, generalmente, eran realizadas por los generales victoriosos en las guerras. Eran concursos de popularidad y manipulación de la opinión colectiva sin posibilidad real de decidir directamente. No existía debate ni convencimiento crítico, sino la imposición de una forma decidida por quienes, en su calidad de propietarios, tenían de tiempo de dedicarse a la política porque tenían esclavos y siervos trabajando por ellos, soldados ganando sus guerras y mujeres cuidando a sus hijas/os.
 
Contra esto, se opusieron los liberales del siglo XIX, proponiendo que se cree un mecanismo que disminuya estos riesgos de la participación política: la representación política y los derechos (sistema de partidos, elecciones y derechos políticos). También, contra esto se opusieron los anarquistas socialistas como Krapotkin, Bakunin y el mismo Marx en el siglo XX, quienes creyeron que lo mejor era la construcción de la voluntad política desde las comunidades o hermandades (krapotkin y Bakunin) o desde la organización proletaria quienes se tomarían el poder para construir una sociedad comunista (Marx).
 
Luego, en la contemporaneidad, el mecanismo de representación se erosiona, puesto que los partidos políticos, el ideal de Estado y las religiones pierden poder de convocatoria y orientación programática, al mismo tiempo que aparecen sociedades más complejas e interconectadas por otros referentes más pragmáticos (tecnológicos, prácticos y locales) que no corresponden con las grandes utopías de la modernidad. Algunos han llamado a esto “postmodernidad”. Creo que la modernidad, como cultura e ideología, está intacta como pensamiento y realidad dominante y se reproduce naturalmente en las prácticas sociales completamente alienadas. Ante la debacle del sistema de representación como mecanismo de disminución de la politicidad del cuerpo social, aparece en escena, una vez más, “la democracia directa”.
 
Desde lo liberal, se busca destruir el Estado y privatizar toda forma de participación con lo que se ha llamado “participación ciudadana” que no ha sido más que otorgar a las ONG´s el control de la política con aquiescencia del Estado. Fueron los consejos con integración compartida entre el Estado con ese híbrido llamado “sociedad civil” el instrumento de esta forma de participación directa. De este cuño son también la rendición de cuentas, los presupuestos, las políticas públicas participativas y el control social en la elección de autoridades.
 
Por el lado socialista, se busca potenciar la democracia desde abajo, el otorgamiento de poder decisorio a amplios colectivos de manera escalonada a partir de un proceso deliberativo. También, se ha dicho en voz baja –por las implicaciones políticas que tiene- que se trata de democracia directa la transferencia de poder real (económico y político) a los colectivos, algo parecido a los Kibuts israelitas. Apenas, se avanzó en Ecuador a hablar de los famosos CDR´s, que no pasaron de ser criticados como organismo de control político de conciencia. Creo que esta debe ser la democracia directa de hoy.
En el intermedio de estas posturas, aparecen también los mecanismos de consulta popular que se incluyeron desde la década de los ochenta en el Ecuador.
Todo esto sigue siendo un rechazo a la democracia directa griega (la de los ant
iguos).
Sin embargo, hoy cuando el presidente Rafael Correa desde un gobierno que se dice revolucionario y socialista hace su propuesta de referéndum-consulta para modificar materialmente la Constitución de Montecristi y varias leyes, el pretexto es que “estamos haciendo un ejercicio de democracia directa”, “debemos escuchar lo que dicen nuestros mandantes, el pueblo…”, y “dejen que el pueblo se manifieste”. En esta propuesta se incluyen textos específicos -como los harían los militares victoriosos o los terratenientes de la Grecia antigua-, que pasan por encima del debate tanto en el sistema de representación liberal o el de deliberación popular socialista… Y lo que se sigue repitiendo es que se trata de “democracia directa”. La decisión de esta consulta dependerá de la popularidad, de la buena fe de las/os políticos en el mejor de los casos… Dependerá de quién ganó la guerra política y de las élites políticas (las mismas de siempre reacomodadas o nuevas y más voraces).
 
Entonces, me pregunto… ¿El presidente Correa se refiere a la democracia directa de los antiguos o la de hoy? Desnudará esta consulta la estructura de inequidad, de patriarcado y de injusticia de una sociedad alienada y manipulada por el consumismo y por un sentimiento de inseguridad inducido. Si no fíjense. Quienes se movilizan son los defensoras/es de los toros y nadie por la eliminación de la caducidad de la prisión preventiva o por la reestructuración de la justicia. ¿Cuál democracia directa?, ¿para quiénes y para qué?
 
 
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  1. El contexto de este artículo ocurre alrededor del pedido de consulta popular del presidente Rafael Correa en Ecuador, con el fin de, entre otras cuestiones, llamar al pueblo para reformar la Constitución aprobada el 2008. Nuestra Constitución prohíbe expresamente reformar, aún por consulta popular (referendo o plebiscito), lo relacionado con el estatuto de derechos y garantías, y la estructura fundamental del Estado. La reforma se refiere, entre otras cosas, a la eliminación de algunas garantías a favor de la libertad personal, so pretexto de que permite el abuso de las partes procesales, la corrupción judicial y la impunidad penal; y, principalmente, a la conformación de una comisión ad-hoc, integrada por delegados de los poderes ejecutivo, legislativo y de participación y control social con el fin de reestructurar la justicia en un plazo de 18 meses. Esta semana, la Corte Constitucional avaló la constitucionalidad de las preguntas con lo cual ésta se vuelve formalmente viable. Desde el gobierno, el discurso para legitimar esta ruptura constitucional ha sido que, en ejercicio de la “democracia directa”, es necesario dejar que el pueblo decida, puesto que la Constitución será siempre perfectible y el pueblo es más sabio de lo que se cree.

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